Dicen que las cosas más simples son las más extraordinarias y pasan por nuestra vida de puntillas, casi siempre inadvertidas. A veces también pasa con las personas que se han cruzado en nuestro camino, unas decidieron quedarse y otras, en cambio, decidieron partir. Pero todas ellas nos aportaron algo, nos enseñaron algo, asi que es una lástima que las enterremos en un rincón de nuestra mente y sólo salgan de año en año o incluso de años en años.
Soy partidaria de vivir el presente, o de intentar vivirlo y disfrutarlo sin que la mente me coloque una y otra vez en el futuro, pero reconozco el placer que me proporciona el relajarme y tirar de recuerdos... la primera rosa amarilla que me regalaron (es mi color de rosa preferido), el primer beso, las mariposas en el estómago, la sonrisa de mi compañero de trabajo de hace 15 años diciéndome que si supiera lo que significaba para él no tendría más remedio que irme con él y dejar a mi novio, las miradas cruzadas, tantas situaciones felices que me hicieron pensar que me moriría de tanta felicidad, el dormirme con la sonrisa en los labios deseando que llegase la mañana, las fiestas en el barrio de mis abuelos cuando era pequeña, cada abrazo dado y recibido con amor, cada gesto, cada beso... todos dados pensando que sería para siempre y sintiéndome inmensamente feliz...
Desgraciadamente no todos han sido así, los últimos besos dados han sido consciente de que no serían para siempre, que los sentimientos eran distintos y que estaban llegando al final. Y es en ratos como este, en los que el silencio de la noche me invita a tirar de recuerdos para que todo duela menos y para que consiga, como antaño, acostarme con una sonrisa en los labios.
"La vida cobra sentido cuando se hace de ella una aspiración a no renunciar a nada"
José Ortega y Gasset
imagen obtenida de elgritodeunpueblo.blogspot.com